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Matriz de Intercambio Mundial e Interfaz Kinética

Horus, Señor de la Guerra

Horus, Señor de la Guerra “Yo estaba allí el día que Horus mató al Emperador”

Durante miles de años, violentas tormentas de disformidad han rugido de un extremo a otro de la galaxia, aislando el otrora orgulloso Imperio de la Humanidad y reduciéndolo a un puñado de planetas autosuficientes, sin capacidad de viajar o comunicarse entre ellos.

En el año treinta mil de nuestra era, el Emperador, amado por todos, ascendió al Trono de la Tierra. Se hizo con el control del planeta, así como de las factorías del Adeptus Mechanicus en Marte, e inició los preparativos para la Gran Cruzada, la reconquista galáctica que llevó al maltrecho Imperio a la gloria que conocemos hoy en día.

Para ello, sus primeros esfuerzos se encaminaron hacia la creación de veinte superhombres, veinte semidioses que le ayudasen en su tarea y liderasen sus ejércitos. A estos seres les llamó Primarcas, y grande era el amor que les unía a ellos, como grande el amor que ellos le profesaban. Algunos de sus nombres son recordados aún hoy en día: Leman Russ, Roboute Guilliman, Lion’El Jonson, Jagathai Khan, Rogal Dorn, Sanguinius. Otros son maldecidos y pronunciados con temor: Angron, Perturabo, Mortarion... Horus. Al mando de sus Legiones de Marines Espaciales (humanos modificados genéticamente para el combate), el Emperador y sus Hijos comenzaron una Cruzada, destinada a devolver el esplendor perdido a la raza humana.

Al cabo de dos siglos, el Emperador, consciente de que su Imperio crecía más y más con cada conquista, tomó la decisión de volver a la Tierra para consolidar su control. Horus, el primero de entre Sus hijos, fue nombrado entonces Señor de la Guerra.

Al cabo de poco, Horus se rebeló contra el Emperador, arrastrando consigo a nueve de las veinte Legiones de Marines.

La Herejía de Horus, como se conoce a la sangrienta guerra civil que se desató a continuación, desgarró al Imperio en dos y fue sin duda el conflicto bélico más violento y brutal de la Historia, una guerra que estuvo a punto de exterminar a la Humanidad de la faz de la galaxia. Humanos matando humanos, hermano contra hermano, marine espacial contra marine espacial.

Finalmente el Emperador derrotó a Horus en combate singular, pero quedó herido de muerte durante el combate. Devuelto a la Tierra apresuradamente, su cuerpo maltrecho fue depositado en el interior del Trono Dorado, una máquina de soporte vital construida empleando técnicas arcanas y prohibidas.

Hasta hoy, diez mil años después, el Emperador no se ha movido del Trono Dorado.

Este es el trasfondo de Warhammer 40.000 tal y como lo conocemos hoy en día. Se han escrito multitud de relatos que narran la historia relativa a la Herejía de Horus (sobre todo en revistas especializadas del hobby), pero, por primera vez, aparece una serie de libros dedicada exclusivamente al más famoso de los trasfondos del juego.

Poniéndonos en la piel de un marine de los Lobos Lunares, la Legión cuya semilla genética procede del propio Horus, el autor va desgajando poco a poco detalles acerca de los primeros días del Imperio, una época oscura, lejana y llena de superstición y mitos. El acierto de Abnett es relatar los acontecimientos desde el punto de vista de alguien que, poco a poco, va descubriendo que las cosas no son tan sencillas como parecen. Cuando Garviel Loken desconfía, nosotros desconfiamos. Cuando él se sorprende, nosotros también. Y cuando ruge de ira en el combate, nosotros unimos nuestro grito al suyo.

Reunidos alrededor del protagonista encontramos un elenco de secundarios de lujo. Desde los propios Primarcas, semidioses en estado de gracia y en plenitud de sus facultades, hasta sus hermanos de batalla, marines espaciales curtidos en el combate y tan fieros y nobles como cuentan las historias del pasado.

El contrapunto a la visión de Loken, la de alguien que entiende el conflicto bélico a escala galáctica como la única forma de unificar a la Humanidad, encontramos a los rememoradores, hombres y mujeres dedicados a recopilar, glosar y clasificar los diarios de guerra de las Legiones, documentando hasta el último detalle de la Cruzada. Estos personajes, simples humanos recién salidos de Terra, ofrecen una visión distinta, más cercana a la nuestra, acerca de la Gran Cruzada, y las dudas y temores de los marines. Ambos puntos de vista ofrecen argumentos a favor y en contra, tejiendo un tapiz completo que muestra las dos caras de la misma moneda.

Abnett vuelve a mostrar que el diseño de personajes es su gran baza, dotando a cada uno de los marines de una profundidad de carácter pocas veces vista en una franquicia. Los personajes evolucionan a lo largo de la novela, y, lo que es más de agradecer, su evolución es completamente natural y lógica, derivada de los acontecimientos que les rodean. EL Garviel Loken del final del libro es más maduro, más sabio que cuando empezó, y sus acciones y pensamientos reflejan ese cambio. Y no sólo él: en mayor o menor medida, todos los personajes sufren un cambio. Quizás sea uno de los temas principales, por tratarse de una saga que, como dice en el propio libro, ha de narrar acontecimientos que se refieren a “cuando el sentido común se invirtió, y todo su mundo se volvió del revés”.

La historia en sí no es más que la presentación del escenario, el trasfondo del juego, y que asumo servirá de telón de fondo para lo que ha de venir. Horus aún es el favorito del Emperador, a quien ama como a un padre, y un ser preocupado por hacer las cosas de la mejor manera posible; algo que choca frontalmente con lo que sabíamos de él hasta el momento, ofreciendo un personaje de mayor calado emocional.

Horus es consciente de la tremenda responsabilidad que su padre ha depositado en él, e intenta llevar la guerra como él lo hubiese hecho, tomando las decisiones que cree correctas. Lamentablemente, hay ocasiones en que la solución significa escoger entre el menor de dos males. La conquista de Setenta y Tres Diecinueve, un planeta rebelde, será el punto de partida de la carrera de Horus como Señor de la Guerra. El hecho de no atajar el conflicto a tiempo, y tener que recurrir a sus guerreros Astartes, será una losa que pesará en la conciencia del Señor de la Guerra.

Abnett se las arregla para ser respetuoso con el trasfondo del juego, al tiempo que introduce elementos nuevos y nunca antes aparecidos (como el Mournival), de forma totalmente armónica y nada discordante. Uno intuye que todo lo que lee puede encajar perfectamente en la historia del juego, y lo que es más, la enriquece sin distorsionarla.

En resumen, un libro obligatorio para aquellos que deseen profundizar en la mitología de Warhammer 40.000, en la época anterior a la Herejía de Horus, y contemplar cuán alto puede ascender una estrella antes de caer.

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