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Falsos Dioses

Falsos Dioses

La Gran Cruzada, que ya ha liberado a cientos de mundos por toda la Galaxia, prosigue imparable su avance. A la cabeza se encuentra Horus, el Señor de la Guerra por designación expresa del Emperador, al mando de la Sexagésimo Tercera Flota Expedicionaria, una inmensa flota de batalla compuesta por las naves más poderosas de la Armada de Terra. Horus dirige sus tropas hacia el sistema de Davin, donde se han recibido noticias de una rebelión del gobernador planetario, instaurado por el propio Señor de la Guerra durante la conquista del sistema. Horus no dudará en acudir al planeta para limpiar su honor y devolver Davin al Imperio.

En este contexto se disputa la batalla que cambió la Historia del Imperio: Horus es gravemente herido, y su vida pende de un hilo. Al parecer, y en contra de todas las enseñanzas del Emperador, la única posibilidad de salvación para el primarca se encuentra en un antiguo culto indígena davinita. Así, los Hijos de Horus, como ha sido rebautizada la legión de los Lobos Lunares, se encuentran divididos ante un dilema: si confían en la ciencia del Imperio, Horus morirá, pues está más allá de cualquier cura. Y si recurren a la hechicería, negada (e incluso prohibida) por el Imperio, su primarca puede tener una posibilidad de supervivencia.

La historia de la Herejía de Horus es una historia sobre el mito de la Caída. La historia del favorito de un dios, su hijo predilecto, quien es tentado por los Poderes Oscuros. Con su caída, Horus precipita la destrucción de la obra de su padre, arruinando así la cima del desarrollo de la especie humana y abocándola a una edad oscura que dura ya diez mil años. Horus, el hijo predilecto del Emperador, su mejor general, el primarca entre primarcas, cedió a su lado más oscuro e inhóspito. Los Poderes Ruinosos, temerosos del poder del Emperador, estuvieron atentos a la flaqueza de su hijo y arruinaron su más hermosa creación.

En este volumen asistimos a la caída de Horus propiamente dicha, el nudo gordiano de la trama, y podemos contemplar, de una forma jamás antes vista, las dudas, temores e inseguridades de un Horus que, ante todo, ama a su padre y quiere continuar su misión. La brecha en la determinación del primarca, tal y como se narra en la novela, podría parecer incluso infantil. En cambio, Graham McNeill se sirve de múltiples recursos para no sólo justificar, sino razonar la respuesta de Horus y demostrar que tal caída es posible. Un semidios creado expresamente para ser el mejor guerrero de la Historia no concibe el fin de la guerra, el último combate, sino que cada fibra de su ser le impulsa a seguir librando batallas. Ese es el punto débil del Señor de la Guerra, y donde la enraíza la herejía.

La convalecencia del primarca, que ocupa el tramo central de la novela, es un cúmulo de ensoñaciones, de alucinaciones en la Disformidad en las que se desgranan detalles acerca del pasado y el futuro del Señor de la Guerra. Hábilmente presentadas y entrelazadas, el autor juega con la paradoja más arquetípica de todas: se le muestra al protagonista un futuro apocalíptico, y se le fuerza a intentar evitarlo. Lamentablemente, con sus acciones determina ese mismo futuro.

Siguiendo con el gran trabajo realizado por Dan Abnett en Las Semillas de la Herejía, McNeill se guía por la construcción de personajes de la primera novela, sin cambiar un ápice de su personalidad. Tan sólo lo necesario para revelar la progresiva fractura en la cohesión de la Legión. Observamos a un Ezekyle Abaddon cada vez más fanático y brutal, para quien su primarca es el único Dios, en contraposición al protagonista, Garviel Loken, quien empieza a darse cuenta de lo erróneo de algunos de los actos de sus hermanos, y las consecuencias irreparables que de ellos se pueden derivar. Siendo ambos personajes miembros del Mournival, el consejo privado de Horus, su paulatino distanciamiento simboliza el de la propia Legión, dividida entre los que creen que Horus hace lo correcto y aquellos cuyos instintos les dicen todo lo contrario.

Pero los Hijos de Horus no son los únicos Astartes implicados en la Caída. Los tristemente famosos Devoradores de Mundos, liderados por el psicópata Angron, harán honor a su fama de tropas de terror y abrazarán con alegría el poder corruptor del Caos. Incluso los Hijos del Emperador, comandados por Fulgrim y su primer capitán, Eidolon, no tardarán en caer bajo la influencia del Señor de la Guerra pese a ser una de las legiones astartes más leales.

Como trama secundaria observamos la lenta propagación del Lectio Divinitatus, el catecismo de adoración al Emperador como una deidad, desalentado por el propio Emperador, quien ha manifestado en más de una ocasión no ser un dios en absoluto. Cuando Horus es herido en Davin, y se halla a las puertas de la muerte, los soldados de la Sexagésimo Tercera Flota sienten su moral flaquear, y se refugian en una forma primitiva del culto imperial. En realidad, el volumen entero está plagado de sutiles detalles que insinúan la transformación del primigenio Imperio de la Humanidad en lo que conocemos hoy en día.

En resumen, no sólo una digna continuación al trabajo de Abnett, sino una novela de una calidad superior a la media de las franquicias de Warhammer 40,000 que hará las delicias de aquellos que deseen profundizar en el mítico trasfondo del juego. Análisis del mito del mesías, personajes bien construidos, tramas brillantes y bien desarrolladas y, por encima de todo, una novela que amplía sin romper, clarifica sin desautorizar y reinterpreta sin destruir la rica historia del Imperio de la Humanidad.

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